Publicado el: 19 Mar 2019

Cafés venenosos

Por María José ÁLVAREZ BRAÑA

Formando parte del paisaje cotidiano y asumidos resignadamente por sus conciudadanos, pervive en núcleos habitacionales pequeños (el ritmo frenético de las ciudades no lo favorece) el triste fenómeno de los Comités Oficiales de Chismos@s, agrupaciones sobradamente identificadas por los vecinos.
Esencial que el ser humano hable e intercambie pareceres. Y, ocasionalmente, la conversación se centrará en quien protagonice un acto inusual, sea positivo o negativo. ¡Qué tire la primera piedra el que esté libre de pecado, pues todos hemos sucumbido a la tentación! Pero de ahí a ser profesional de la crítica despiadada media largo trecho. Y los Comandos Cotilla no se limitan al análisis de hechos puntuales, sino que desmenuzan y censuran todo de todos, inventando, y expandiendo falsedades. Su bajo perfil intelectual imposibilita una tertulia interesante, y por ello la maledicencia es la única distracción aunque, paradójicamente, quien más habla del prójimo es quien más tiene que ocultar.
Como celebran aquelarres diarios de dos-tres horas ante un café (pobres hosteleros), llega un momento en que nada nuevo pueden decirse. Y comentado el programa basura de turno, repasadas enfermedades-medicaciones, y narradas falsas grandezas de hijos o nietos, sólo queda despellejar a la víctima elegida de antemano, o al primero que se ponga a tiro.
Contemplar estos grupitos produce respingos y pasar cerca es desafiar el peligro. Pero como la tentación de ver sus reacciones es insuperable, algún día decides provocar, y avanzas valiente al encuentro, sin crucifijos ni ristras de ajos protectores. Al acercarte percibes miradas aviesas de reojo, comentarios entre dientes y las señales (disimuladas, piensan) que se hacen con la cabeza para alertar de tu presencia. Eres consciente de que en cuanto gires la esquina… ¡zas! ni María Santísima te libra de sus lenguas viperinas, y tienes que frenar las ganas de volverte y decir: ¡estáis para hablar con lo que tenéis en casa!
Alguien debería sugerirles, a modo de terapia, entretenimientos alternativos adecuados a su escasa inteligencia como asistencia a talleres de manualidades, resolución de sopas de letras, sudokus infantiles, o puzzles de 10 piezas.
Queda el consuelo de saber que cuando un miembro de la tertulia se ausenta, los demás le dan el pertinente repaso. Por eso al despedirse se cuidan mucho de marcharse todos a la vez, para evitar tentaciones. Es lo malo de no ser bueno.

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