Bolardos
Por Juan Carlos AVILÉS
[Total pa ná]
Tengo un amigo que repite a menudo: “Cuanto más mayor me hago, más mal pensao me vuelvo”. Dicho así, al albur de unas sidrines, puede parecer una perogrullada o cosas de la edad, que no perdona. Pero mi amigo tiene razón. Como la tienen los refraneros populares que por manidos se vuelven verdad o por verdad se vuelven manidos: “Piensa mal y acertarás”. No es para tomárselo al pie de la letra, pero sí para echarle un ratín, con sidra o sin ella.
Andamos todos desvencijados con el salvaje atentado de Barcelona. No cabe en cabeza humana tamaña atrocidad. Pero cuando miras la cara de los autores se te encoge aún más el corazón. Son casi niños. Chavales en edad de enamorarse y desenamorarse, pero no así. De liarla parda, pero no así. De comerse el mundo, pero no así. Artífices y artificieros. Sentenciadores y ejecutantes. Buenos y malos. Y punto. Esa es la lectura simple, la que alcanzan nuestras entendederas, pero hay mucho más. ¿Quién mueve los hilos de semejante desatino, de tamañas atrocidades, de tan irracionales salvajadas? ¿Quién alimenta estos terroríficos juegos malabares donde la mano siempre es más rápida que la vista? Nunca lo sabremos aunque, para simplificar, le hayamos puesto nombre. Pero más allá de lo visible, de lo pensable, más allá de las jaculatorias, de las repulsas, de los responsos, las condolencias y las lágrimas, alguien mueve los hilos con una inusitada habilidad y con trucos y artimañas cada vez más enrevesados y sofisticados que jamás llegaremos a desvelar. Hasta conseguir que la innombrable, en lugar de rostro huesudo y ponzoñoso, tenga cara de adolescente, que es el colmo de la truculencia. Así que lo único que nos queda, como a mi amigo, es ser malpensados. Desde luego algo habría que hacer. Alguna madeja deberíamos tratar, con buen tacto y mejor oficio, de deshilvanar hasta el comienzo del ovillo. Pero mientras tanto, y hasta que nos vuelva a habitar el olvido, pongamos bolardos. Bolardos a troche y a moche, arriba y abajo, a diestro y siniestro. Bolardos en los estadios, en las plazas, en las procesiones, en las playas, en los mercados, en los conciertos de Melendi o de Shakira, en los martes de campo, en nuestros cerebros. Bolardos como torreones inexpugnables que nos devuelvan la tranquilidad y la paz del bienpensante. Y ya, de la que vas, hasta la cláusula suelo. A grandes males, estúpidos remedios. ¡Pues válgame Dios! O Alá.