En la villa
Por Lucía S. NAVEROS
Hay en Asturias un ejército de valientes no reconocidos, remadores a contra corriente que se empeñan en seguir viviendo en las villas, en las viejas pueblas e incluso en las inhóspitas aldeas, a las que una nevada les puede dejar sin luz, iluminándose con velas y tirando de cocina de leña. Confiadas y tozudas peluqueras que abren sus negocios en calles poco concurridas, tiendas de lanas que confían en que aún quedan señoras tranquilas a las que les gusta tejer en vez de mirar el móvil, barinos que cultivan al parroquiano y no al turista. Mientras se buscan fórmulas para coordinar el área metropolitana, estas gentes orgullosas, cada una de su padre y de su madre, se matienen al margen, se resisten a ser engullidos por el gran sumidero que es la zona central de Asturias, donde cada día se afanan más de medio millón de personas. Hay concejos, al borde de la metrópoli, que tienen a sus vecinos contados, y una mala gripe como la de este invierno los deja temblando al borde del depoblamiento. Donde los niños son mirados y remirados como pájaros raros.
En estas pueblas de tozudos opositores a la catástrofe demográfica (como Pravia, como Grado, como San Esteban, como Cornellana, como Muros, como La Arena…) se levanta cada mañana gente que mantiene una fe inquebrantable en su identidad y no la vende por nada: defensoras de recetas de bollinas, por ejemplo, capaces de plantarse unas orejas de Mickey Mouse y pasar la tarde en un polideportivo desangelado para que los niños pequeños, los que aún nos quedan, no se vayan a la edad adulta sin saber lo que es una merienda de Antroxu. Bibliotecarias que contra viento y marea atienden a su público de lectores; compañías de teatro que ensayan sus monólogos; coros de voces mixtas; empeñosos convocantes de concursos de camelias, que parecen salidos de una novela de Agatha Christie. Veo las fotos de las amas de casa de Pravia, con sus disfraces y su merienda para los nenos; las clases de cultura general para calmar la sed de las mujeres de Río Nalón; la gente que se levanta por la mañana y le dice a sus vecinos “Puxa Pasarela”, y creo, de verdad, que aún nos queda mucho carrete.