¡Sí se puede!
Por Juan Carlos AVILÉS
Tienen más años que el canalillo, reúma, artrosis, hipertensión, diabetes y la cabeza muy bien amueblada con la robustez de la sabiduría y la experiencia de una vida forjada a golpe de azada o de oficina. Pero, sobre todo, tienen la sartén por el mango. En este país de charanga, pandereta y pícaros irredentos, los viejos, o ‘mayores’–políticamente más correcto pero gramaticalmente inexacto (¿mayor que qué?)– suponemos casi el 32% del censo electoral. Es decir, de los 36 millones de españolitos con derecho a voto, 11,5 superan los sesenta años y tienen más tiempo y ganas de acercarse a las urnas que el resto. Está claro que la nuestra es una sociedad envejecida, pero, precisamente por ello, ese enorme colectivo de almas expectantes además de al voto tienen más derecho que nadie a la voz.
Y esa voz, fuerte y clara, rotunda y fulminante, se empezó a hacer patente el día 22 de febrero, cuando miles de aguerridos carcamales abarrotaron las calles y plazas de las principales ciudades de España para reclamar una pensión a la altura de su incuestionable dignidad. Muchas de esas mal llamadas ‘prestaciones’ (¿no será al revés?) ni siquiera rebasan el umbral de la pobreza mientras un buen puñado de ‘sobrecogedores’, arropados por unas siglas o al calor de sus escaños, se lo llevan calentito a los paraísos fiscales, que no a los naturales. Eso sí, tras haber tranquilizado sus dudosas conciencias con un miserable 0,25 por ciento.
El 22F empieza a bullir como el 11M, y los yayoflautas, con sus pancartas, sus chalecos, sus achaques, pero sobre todo con su fuerza y determinación, se echan a las calles para poner patas arriba el sistema y defender lo que es suyo. Y, por encima de eso, el futuro de unos hijos y nietos que la precariedad o inexistencia laboral han devuelto a casa y que los politicastros, al contrario que a los bancos, no han sabido o querido rescatar. Así que ánimo, compañeros. ¡Sí se puede!