Universidad del Bajo Nalón
Por Roberto FERNÁNDEZ LLERA
La Universidad de Oviedo, la de toda Asturias, tiene una tarea pendiente con la Extensión Universitaria. También con el Bajo Nalón.
Comencemos por recordar que en los últimos años del siglo XIX, la Universidad de Oviedo contaba en su claustro con profesores de la talla intelectual de Alas, Sela, “los adolfos” (Posada y Buylla), Aramburu, Altamira o Canella, entre otros muchos, imbuidos por las ideas krausistas que orientaban la Institución Libre de Enseñanza. Además de abogar por la renovación pedagógica y científica dentro del aula, los integrantes de ese Grupo de Oviedo, como se les conoció desde entonces, pretendían sacar las enseñanzas superiores fuera de esos muros de ladrillo, llevándolas también a las clases menos pudientes. Aquella universidad elitista comenzaba a abrirse, por lo que la iniciativa presentaba un clarísimo componente educativo y, sobre todo, un marcado carácter social. Así nació la Extensión Universitaria.
El Grupo de Oviedo otorgó un enorme prestigio a la provinciana Universidad de Oviedo, si bien no tuvo continuidad durante demasiado tiempo, por los traslados o los fallecimientos de sus protagonistas, que no pudieron ser relevados por personajes a su altura. Después vendrían la guerra civil y la larguísima dictadura, incluido el “atroz desmoche” –expresión de Laín Entralgo- en forma de purgas y depuraciones a catedráticos desafectos al régimen franquista. Ya en la nueva etapa democrática, la Universidad de Oviedo recupera su dinamismo y, más aún, desde que las competencias son autonómicas. Pero, en todo ese proceso, ¿qué fue de la Extensión Universitaria? No pretendo ahora hacer un relato histórico, ni por espacio disponible, ni siquiera por ganas, aunque sí puedo reseñar mi experiencia personal, primero como estudiante y luego como profesor.
Cuando yo entré a la Universidad de Oviedo, allá por el siglo pasado (nota para malvados: fue en 1996), la Extensión Universitaria gozaba de muy buena salud. Los cursos de verano se multiplicaban, había listas de espera y en algunos era más difícil matricularse que comprar una entrada para U2 o los Rolling Stones. La oferta era abundante, la demanda no iba a la zaga, los profesores ganaban un extra muy atractivo, la institución académica ingresaba dinero neto y los estudiantes convalidaban créditos de libre elección. Pero, como toda burbuja, explotó, por variadas causas, pero a mi juicio por dos fundamentales: los cursos de Extensión Universitaria dejaron de computarse como docencia oficial y a los profesores ya no les valoraban –ni pagaban- tanto estas actividades docentes. Como siempre, los incentivos. El caso es que se perdió la ilusión de aquel final del siglo XIX.
Ahora nos queda una Extensión Universitaria devaluada y con poco atractivo. Habrá opiniones y soluciones para todos los gustos, desde cerrar el negocio del todo, hasta dejarlo languidecer o, como sería deseable, reformarlo para devolverle esplendor. Creo sinceramente que sería muy adecuado volver a los orígenes, tratando de que la Extensión Universitaria “extienda la universidad” al conjunto de la sociedad a la que sirve y a todo el territorio en el que se enmarca. Solo necesitamos que el programa de cursos y actividades sea interesante, pero no interesado, cosas que a veces se confunden. En caso contrario, podríamos volver a morir de éxito o a seguir prolongando una innecesaria agonía.
¿Y qué tiene que decir el Bajo Nalón en todo esto? A mi juicio, mucho. Tenemos un tejido asociativo revitalizado, sobre todo desde hace unos pocos años, el cual puede servir como pasarela entre la Universidad de Oviedo y los vecinos, al lado de instituciones como el Real Instituto de Estudios Asturianos (Ridea) e incluso otras universidades. Disponemos de buenos locales (sin ir más lejos, las casas de la cultura) y, sobre todo, detecto que hay ganas de hacer cosas atrayentes. Por si fuera poco, hay profesores y catedráticos de esta comarca o vinculados a ella que podrían contribuir con su ingenio y su trabajo, pudiendo mencionar, sin desmerecer a todos los demás, a Rigoberto Pérez Suárez, Antonio Martínez Arias o Jesús Arango Fernández, los tres del ámbito de la Economía, no el más importante, pero sí el que más conozco. Tampoco me olvido del jurista y artista Juan Méjica García, ni de talentos únicos, como es el caso de Lolo Serantes. Siento sana envidia cuando veo todos los veranos las magníficas Jornadas de Historia que se celebran en Navia, organizadas por el cronista local, Servando Fernández Méndez. Es una buena referencia para simbolizar lo que trato de expresar aquí.
En cuanto a posibles temas para abordar en los cursos de Extensión Universitaria en el Bajo Nalón, no faltarían ideas. Como muestra, podemos recurrir a la vida y obra de nuestros ilustres visitantes en el pasado (Joaquín Sorolla, Rubén Darío, Seamus Heany) o en el presente (Juan Jose Millás es un perfecto exponente). El medioambiente, el turismo, el deporte y el patrimonio cultural e industrial son otros temas que darían para múltiples debates, precisamente por estar en uno de los parajes más guapos y con más historia propia y singularidad de toda Asturias. De igual modo, en cultura tenemos experiencias actuales que se deberían aprovechar e impulsar, como las innovadoras actividades de las bibliotecas de Soto del Barco, las Jornadas de Literatura que se celebran en Pravia o los escenarios de cine de Muros de Nalón. Son solo ejemplos, pero habría muchos más.
Como siempre, hacen falta voluntad (abundante), altura de miras (abonda) e iniciativa (como borra). También algo de dinero, pero no demasiado. Estoy seguro de que los ayuntamientos, la Universidad de Oviedo, el Gobierno del Principado de Asturias, el Ridea, las empresas locales y algunas familias ilustres (se me vienen a la cabeza los Fierro y alguna más), podrían aportar recursos para esta apasionante tarea.