Vecinos de Ranón y de La Arena piden el arreglo de la carretera
Llevan más de 15 años esperando por la mejora de los ochos kilómetros de la AS-318 que separa ambas localidades
Rafa Balbuena / Soto del Barco
Conductores, repartidores, ciclistas, peregrinos y vecinos tienen un particular vía crucis en los ocho kilómetros de carretera que separan San Juan de La Arena y Santiago del Monte. La AS-318, entre Castrillón y Soto del Barco, es una verdadera pesadilla para quienes la recorren de modo habitual, ya que a pesar de tener una ocupación baja, su difícil trazado y su prolongado deterioro han hecho de su tránsito poco menos que un deporte de riesgo.
Los constantes accidentes y movilizaciones vecinales atestiguan esta problemática, y aunque estos días se está hablando de una obra de mejora y han trabajado en la zona “técnicos del Principado haciendo mediciones”, según admite Jorge Noval, presidente de la Asociación de Vecinos de Ranón, en las reuniones con el Ayuntamiento no les consta que el Principado haya aprobado “una reforma que llevan prometiendo desde hace mucho tiempo”. Son “más de quince años de desesperación constante”, añade Noval, vividos entre curvas, baches, estrechamientos, accidentes, sustos de día o de noche y escepticismo ante unas obras de mejora definitiva muchas veces solicitadas y otras tantas anunciadas pero que, como Santo Tomás, solo creerán cuando las vean.
Si el movimiento se demuestra andando, nada mejor que hacer una prueba sobre el terreno. Así, partimos desde La Arena cuesta arriba, viendo como la vía se estrecha en su mismo comienzo, encajonada entre las casas del barrio del Charco. A las señales de tráfico, oxidadas y anticuadas, no les vendría mal “una mano de pintura” . Tampoco al asfalto: la señalización horizontal se ha borrado con el paso del tiempo y solo al final, ya en el concejo de Castrillón, podremos distinguir líneas blancas marcando el arcén… a cinco centímetros de la cuneta.
Pero eso será al final, porque al rebasar el antiguo lavadero es donde comienza la carretera pura y dura. Subimos por el barrio de La Calea, donde a pesar del estrechamiento que presenta la calzada, hay visibilidad aceptable tanto de día como de noche: es el único tramo donde existe una red de alumbrado continuo. Tras la curva de la última casa, muy cerrada, la recta que lleva a Ranón presenta numerosos baches, que con lluvia se convierten en trampas para los amortiguadores de coches y furgonetas. Los ciclistas, habituales en esta vía, suelen tomarla a gran velocidad; es de suponer que lo hagan más por la seguridad de verse en una recta larga que por emular a los ídolos del Tour o la Vuelta.
Dos kilómetros más arriba, una señal indica que estamos en Ranón. La parroquia es extensa y la AS-318 la cruza por completo. Las curvas se cierran cada vez más y en algún tramo la anchura no llega a los tres metros. Las vistas desde aquí permiten contemplar toda la ría del Nalón, incluyendo El Castillo, La Arena, el Mirador del Espíritu Santo y San Esteban en toda su extensión, desde el puerto hasta la barra del dique. Pero no conviene extasiarse mucho: los arcenes están mal peraltados y cualquier vehículo, incluyendo turismos pequeños, tiende a circular por el centro de la calzada, con riesgo no solo para los coches que vengan de frente sino también para los peatones que caminen por los márgenes. El alcance está a menos de un metro y aquí, valga el chiste, no hay distancias.
Ahora, en mayo, la maleza está segada, pero crece a una velocidad de vértigo. En otoño caerá hojarasca y mezclada con la lluvia el patinazo será fácil. Y eso que los árboles de ambos arcenes, en algún momento del trayecto, crean ese hermoso “efecto túnel” en el que las copas se juntan por lo alto. Mientras, al cruzarnos con otros coches, tenemos que bajar la velocidad. Por suerte, al llegar a Ranón (al pueblo), no coincidimos con ningún vehículo en la curva de La Calea Alta. De tan cerradísima, hoy no se construiría un trazado así. Pero es que esta carretera es “de las de antes”, con todo el peso de la frase. Mejor tomarlo con humor, igual que junto a las primeras casas de la localidad, al final de la escarpada y con el Cantábrico a la vista, alguien ha visto un parecido razonable entre el depósito de aguas y el célebre monumento de Chillida que preside el Cerro de Santa Catalina en Gijón. Y ni corto ni perezoso, spray en mano, ese alguien se animó a escribir “Elogio del Chorizonte” (sic) sobre el hormigón. La pintada lleva allí más de siete años, de modo que podemos considerar por lo tácito que el chiste, más sarcástico que vandálico, cuenta con la aprobación popular.
Cruzamos Ranón y observamos que aquí está el único espacio abierto donde caben varios coches a modo de parking: la campa de la iglesia. Cabe pensar cómo en agosto, en plenas fiestas de San Roque, la pesadilla de aparcar para la concurrida verbena, una de las más populares de la zona, ha motivado que haga falta poner autobuses desde Soto, La Arena, Piedras Blancas o Las Bárzanas. Pero lo peor está por llegar, según confirma Jorge Noval. “Los tres kilómetros finales, entre Ranón y Santiago del Monte, aunque son los más llanos son los peores”, explica. “Mi mujer tuvo aquí un accidente, le vino un coche de frente, se le estampó y aparte de la rehabilitación, estuvo dos meses de baja. Cuando vinieron de Tráfico a hacer el atestado vieron que el suelo estaba resbaladizo, porque los eucaliptos, con la resina de sus frutos y la lluvia, dejan una babilla peligrosísima y el asfalto queda como una pista de patinaje”. Si a eso se le añade que apenas hay señalización en los cruces con caminos y servidumbres de paso, muy numerosos, que en todo el trazado solo hay dos espejos cóncavos para evitar percances, y que desde ahora hasta septiembre se multiplica la cifra de peregrinos jacobeos (la carretera forma parte del Camino de Santiago), queda claro que circular por aquí es de valientes.