Cotillas de visillos y de redes
Por Maria José BRAÑA
Años atrás, uno de nuestros humoristas creó un divertido personaje con el que se mofaba de las patéticas cotillas de toda la vida. La bautizó como La Vieja del visillo. Una mujer (podría ser hombre) con cara de pasmada, mente obtusa, mirada torva y rictus amargo que, parapetada en su ventana y oculta tras un visillo, basa su pobre vida en espiar y controlar las ajenas.
Pensaba yo que, salvo alguna excepción, el personaje no iba más allá de la ficción. Pero observando algunos extraños comportamientos en las redes sociales comprendí que, adaptándose a las nuevas tecnologías, La Vieja del Visillo (en abreviatura VdV) había regresado con tremenda fuerza, sustituyendo el visillo por la pantalla del ordenador.
El modus operandi de la VdV consiste en lograr un gran número de “amigos” en las redes y engancharse a sus muros como mísera garrapata para observar, controlar y criticar. Su característica básica es el mutismo. Jamás opina, no interactúa, nunca comenta ni comparte, y nada aporta. Son capaces de permanecer calladas durante tantos años que en ocasiones he llegado a preguntarme si alguna habría fallecido y no me había enterado.
La Vieja del visillo representa, obviando frikis y fakes, lo más penoso de las redes. Escondida tras un perfil de aparente normalidad muestra la incapacidad para comunicarse, la falta de empatía, ausencia de imaginación y oscurantismo de su especie. No es discreta ni prudente, como pretende hacernos creer, es únicamente cotilla. Pero su innata estupidez acaba delatándola el día en que, reventando de curiosidad, termina por interrogar sobre alguna foto expuesta en Face o Instagram. Y al percatarse de su error se apresura a justificar que las vio por casualidad “ya sabes que yo no entro nunca”-alega. Sólo en contadísimas ocasiones, intentando disimular, la VdV comparte una imagen insulsa de flora/fauna, un paisaje o una frase prefabricada de autoayuda. Sin añadir comentario pues su intelecto no da para tanto.
A pesar de estar permanentemente conectada y tener cuenta en todas ellas, la vieja del visillo manifiesta reiteradamente su aversión por la redes. Y la pregunta procedente es: Si tanto las odias ¿Qué haces en ellas? ¿Por qué no te vas? Si te parecen absurdas las cosas que la gente sube a las redes ¿Por qué las ves? Si abriste la cuenta por curiosidad y ya no te agrada ¿Por qué no la eliminas? Si, según afirmas, nunca ves ni opinas ¿Qué pintas en las redes? Si ni siquiera eres capaz de dar las gracias de modo individual a los amigos que se molestan en felicitarte por tu cumple, limitándote al grosero y cada vez más extendido agradecimiento global del día siguiente, con el que debes querer aparentar estar más ocupado que un ministro ¿Por qué motivo sigues ahí para ser torturado en tu onomástica? Hace falta ser muy tonto para permanecer en algo tan desagradable. Es como si un antitabaco se apuntase a un club de fumadores o un alérgico al picante llenase sus comidas de salsa chiplote. La Vieja del visillo podrá responder que estar en una red no implica obligación de publicar. Cierto, pero resulta lamentable y revela muchas carencias limitarse a ser un “mirón” en lo que se supone es un ámbito para la comunicación.
No obstante, aunque las VdV sean aborrecibles, he decidido ayudarlas a salir del infierno de las redes. Así que a todos los que en tres meses persistan en el silencio voy a bloquearlos. De trecientos amigos bajaré a cien pero… ¡qué a gusto me voy a quedar!