El mundo al revés
Por Javier F. GRANDA
Hace años que vengo escuchando a muchas personas a quienes considero inteligentes, cualificadas y muy válidas, el malestar por algo que debiera ser resuelto para que las cosas comiencen a funcionar con cierta lógica. A cualquier persona para ingresar en un puesto de trabajo por elemental que este sea, ya no digo un puesto de responsabilidad, que también, se le exige una formación, unos estudios y los correspondientes certificados (sin falsificar) que lo avalen, e incluso, una prueba para acceder a él. Tendemos a la excelencia y como medio se emplean sistemas de calidad que la verifiquen. Todo esto está muy bien como teoría, pero, ¿qué pasa en la práctica? En la práctica la mayoría de los chavales, y también aquellos que ya no lo son, tienen en su haber, como poco, una carrera universitaria, un máster, incluso posgrados y doctorados, y están desplazados profesionalmente por falta de oportunidades en su sector de especialización o en otros. La competencia es cada día más atroz y la educación permanente es absolutamente necesaria. Eso que se ha venido en llamar “educación a lo largo de la vida” es fundamental para mantenerse al día. Que nadie piense que por haber estudiado y tener un título está al día si no se recicla. El reciclaje es esencial. Pero vamos a ver qué pasa con aquellos que nos gobiernan y deciden sobre las capacidades de los gobernados y sobre sus funciones. Obvia decir que para desarrollar una carrera política como gestor público, en cualquiera de sus ámbitos, no es necesario, ni se exige, disponer de un título. He llegado a conocer, seguramente como muchos de ustedes también conocen, a políticos que no disponían del graduado escolar ni mucho menos tenían una mínima cualificación para la labor que realizaban, ni estaban en posesión de un certificado que les acreditase haber cursado una enseñanza general básica o, mucho menos, una cualificación profesional. No discuto que se pueda aprender a leer y escribir de otras muchas formas, sin ir al colegio, pero quien certifica estos conocimientos oficialmente en nuestro país es el Ministerio de Cultura a través de los centros educativos. Así hasta la culminación de la carrera académica que puede llegar a ser tan larga como se quiera o se pueda. Es importante subrayar que muchos de los que nos gobiernan (aparte posibles falsificaciones de currículos o títulos regalados) no disponen de las competencias necesarias para ocupar el puesto que ocupan mientras a los empleados en cualquier ámbito se les exigen conocimientos y documentos que los certifiquen para estar subordinados a quienes no disponen de ellos. Ejemplos hay sobrados por toda la geografía patria, seguramente al lado de su casa conocen más de un caso. Pues bien, estarán de acuerdo conmigo que para que algo funcione y para no necesitar tantos asesores, debiera exigírsele a la persona que tome posesión de un cargo público, la mínima formación en algún tipo de especialidad de gestión relacionado con el puesto. Así nos libraríamos de los numerosos y bochornosos errores políticos a que estamos tan acostumbrados, y tristemente inmunizados, cometidos en el ejercicio de las funciones de personas carentes de competencia y faltos de los conocimientos mínimos y necesarios para disponer acerca el destino de los ciudadanos y de asuntos sumamente importantes en sus vidas.