Ella, él y el río
Por Roberto FERNÁNDEZ LLERA
Se levanta pronto, enciende el ordenador y lanza el mensaje diario de saludo y reivindicación. El día que falta o se retrasa, nos preocupamos. ¿Le habrá pasado algo? Nada grave; solo algún problemilla técnico.
Después de leer unas páginas de su libro favorito, sale a esa caminata cotidiana, cámara en mano. Una obligación que no la marcan las leyes, sino la salud, el paisaje y las fotos que nos regala. Contra viento y marea (aunque si hay sol, mejor), al lado de su inseparable compañía andariega.
A la vuelta, en el mismo pueblo arenesco del que salió hace un par de horas, vermú y plato en alguno de los restaurantes. Para ella no hay ni uno malo. Todos buenos y todos con cariño en barra y cocina. Me producen risa los críticos gastronómicos que saben vocear las cosas malas de los locales, mientras dejan pasar desapercibidas las buenas. También esos otros que cobran por comer fuera, en lugar de hacer lo contrario y normal, o sea, pagar. Ella jamás habla mal de quienes, a veces, incluso lo merecerían.
Conchita no deja de apoyar ni un solo día la pasarela entre L’Arena y San Esteban. Y cuando se construya (más pronto o más tarde, pero ya sin marcha atrás), tendremos que recordar que varios metros de barandilla o pilares serán simbólicamente suyos. Gracias Conchita.
Mientras, al otro lado del río, él observa, estudia, lee, escribe. Nunca ha dejado de hacerlo, ni antes, ni este momento, cuando el tiempo es más amplio. Así lleva décadas, por lo que no le viene grande la etiqueta de erudito local, como recopilador de documentos y fotografías que son autenticas joyas. Algunos de esos papeles harían sonrojar a muchos responsables públicos, cuyas pasadas opiniones de polvo no traen ahora más que lodos de fariseísmo.
El rojo del vino o el verde de la sidra ayudan a alumbrar sus ideas en chigres españoles, comedores chicos, tascas marineras o cantinas ferroviarias. Otras veces torna al negro del café, con el cerebro bullendo igualmente y sin dejar de planear reformas. A diferencia de los que ven impedimentos en cada esquina, él aporta soluciones, por si las quieren aplicar.
Como cronista no tendría precio, aunque sí gran valor (necios llama Antonio Machado a los que confunden ambos conceptos). Ni siquiera hace falta un nombramiento oficial para quien acumula sobrados méritos intelectuales.
Muchas conquistas se lograron y otras tantas se van a conseguir por el empuje y la solvencia de este economista y orgulloso vecino de San Esteban. Gracias Severino.
Se requieren más jóvenes con experiencia o, viceversa, gente experimentada con espíritu joven. En todo caso, con empuje, humildad y ambición, no solo con mochilas de historia.
Por estas dos personas y por todas las demás que llevan décadas luchando, merecemos lo que pedimos. Sin ir más lejos, esa pasarela que avanza en los despachos, y esperamos que pronto sobre las aguas, a pesar de los frenos conocidos. Como se preguntaba con dolor Bertolt Brecht, “qué tiempos serán los que vivimos, que es necesario defender lo obvio”.