La ría de Pravia, el bajo Nalón, Puerto Norte (I)
Por José Luis SUÁREZ RODRÍGUEZ
Los asturianos pertenecemos a un pueblo que por sus accidentes geográficos estuvo separado del resto de España manteniendo su identidad durante siglos.
Antes de la era de Cristo juntamos nuestras raíces con el pueblo celta, siendo el resultado de esta unión la tribu llamada de los pésicos, que residían en esta parte de Asturias, por el norte entre Gijón y Navia, al sur con Cangas del Narcea e Ibias.
Según las referencias y coordenadas geográficas del historiador griego Ptolomeo disponían de su capitalidad en un lugar próximo a Santianes de Pravia cuya localidad recibía el nombre de Avia, situada en la margen izquierda del río Nalón, conocida geográficamente como Ría de Pravia. También existen en las proximidades de esta ría los restos de más de diez castros de esta época prerromana.
En el año 29 antes de Cristo fuimos invadidos por los romanos, con quienes mantuvimos durante mucho tiempo guerras despiadadas que terminaron ocupando nuestro territorio durante tres siglos y de alguna manera culturizando y mezclándose con sus residentes. Dispusieron de sus castros y del pueblo de Avia, al que asignaron el sobrenombre de su emperador Flavio, con la denominación de Flavium-Avia. Algunos la sitúan en Santianes, pero también pudiera encontrarse en el lugar de Ponte en Soto del Barco, dados los restos de origen romano que se encuentran en ese lugar.
Naturalmente, no se realizó ni el menor intento de búsqueda sobre cualquiera de estos yacimientos en los concejos de: Muros, Soto del Barco y Pravia, próximos a la ría y río del bajo Nalón, ni durante la democracia ni anteriormente con la dictadura. Este espacio es el lugar más importante de Asturias desde la época del bronce hasta la Edad Media, donde se encuentran innumerables yacimientos que algunas excavaciones arqueológicas pudieran darnos a conocer la forma de vida y el principio de nuestros orígenes.
Claudio Sánchez Albornoz, en su libro El reino de Asturias describe lo que era nuestro territorio con admirable maestría: “Era Asturias, país áspero y pobre. Una barrera de montañas, aún hoy difícilmente franqueable, la separa de la meseta, la aísla del páramo leones, la protege contra cualquier intento de invasión. En dirección norte, sus estribaciones llegan hasta el mar, cubiertas de arbolado o matorral, formando un complicado laberinto de valles cortados, retorcidos y en ocasiones sin salida posible. Los ríos rasgan a veces las montañas; abren en ellas desfiladeros angostos, casi impracticables, y ora serpentean en el fondo, ora se despeñan brincadores, ora braman al chocar con las rocas. Pero los montes hendidos por el tajo de los ríos parecen rebelarse contra los gigantescos desgarrones y pretenden unirse de nuevo hacia sus cumbre, a fin de sepultarlos para siempre en sus entrañas.”
“No es uniforme el suelo astur, ni puede serlo. Tres zonas se pueden distinguir en el mismo. La región de las cumbres altísimas, país de breñas, de nieblas, de pastores y de cazadores de montaña, de tajos hondos, de gargantas cerradas y de ríos torrenciales que se despeñan de las cimas. Otra se extiende en declive desde la cumbre hasta la costa; está poblada de robles, hayas, castaños, alisos, abedules, espinos, helechos y grosellos; es zona de valles estrechos y hondos, de prados y de bosques: la habitan leñadores, vaqueros y pescadores, en ríos todavía de sierra; y es tierra de aldeas y caseríos diminutos, próximos y aún míseros. Y en la tercera grandes poblados y grandes villas; de clima húmedo y templado, de vegetación centroeuropea y mediterránea, florecen en ellas higueras, laureles y naranjos al lado de robles, nogales y castaños: de valles abiertos, de ríos apacibles, de pomares ubérrimos, de lomas habitadas.”
Durante muchos siglos los habitantes de estos lugares seguían incomunicados con el resto del país. Sus pequeñas poblaciones mantenían entre ellas escasas relaciones debido a las dificultades de los caminos que las unían, su paso a través de los montes era angosto, poco más de dos metros, su suelo de tierra o piedra, generalmente con bastantes pendientes; sus medios de locomoción, el caballo, el asno, la carreta o andando. La primera carretera que se construyó en Asturias fue promovida por Jovellanos, se realizó para su paso entre Gijón y Oviedo a finales del siglo XVIII (año 1794), se realizó su prolongación años después hasta la Meseta. De la misma manera, el ferrocarril que facilitaba la salida y entrada de mercancías y personas con el resto de España, entre Gijón y León, no se terminó hasta finales del siglo XIX (año 1884).
Como anécdota de este aislamiento, recuerdo del año 1945 cuando en la villa de Pravia existía una llamada caja de reclutas, donde los jóvenes debían presentarse para conocer su destino e incorporarse como soldados obligatoriamente al ejército español. Pasaban tres o cuatro días en este lugar, principalmente de la parte sur y occidental de Asturias, muchos de ellos, corrían para ver llegar el tren de FEVE, algunos se sentaban en el andén de llegada del ferrocarril, donde el jefe de estación los obligaba a levantarse para evitar una desgracia. Esto ocurría con muchachos de veinte años que posiblemente no habían tenido la ocasión de moverse lejos de sus lugares durante todos esos años de su vida. Naturalmente, en aquella época eran contadas las personas que podían tener un coche y la comunicación entre pueblos se realizaba con muchas dificultades. Si esto ocurría a mediados del siglo XX podemos imaginar lo que era nuestra existencia cien años antes.
Los asturianos pertenecemos a un pueblo de antiquísimos orígenes, el mar y la infranqueable alta cordillera nos separaba de otras civilizaciones, tampoco nos mezcló la invasión árabe, porque nuestra independencia no les permitió pasar tiempo en nuestra región. No somos distintos al resto del país, pero no somos iguales. Desconozco cuales son los motivos por los que vascos y catalanes se consideran personas de otra nación distinta a la española. Sus habitantes fueron invadidos por casi todas las civilizaciones que pasaron por su territorio mezclándose con las mismas. El hecho de haber sabido conservar algunas costumbres y el habla de sus orígenes, cosa que nosotros deberíamos haber hecho, no les da pié para considerarse distintos al resto de los españoles.
(Continuará)