Calor africano
Juan Carlos AVILÉS
Se me ha posado una mosca en el ordenador después de zascandilearme la nariz, la muy puñetera. La tengo de la ele a la equis, del tres a la coma, hasta que se ha plantado en la ka (de kilo) y se ha quedado ahí, como un pasmarote, frotándose las manos. Pero todo eso en ná, en menos de dos segundos. Lo que me ha llevado a pensar que, si multiplicamos la distancia recorrida por la longitud de sus patas y hacemos una regla de tres respecto a las mismas constantes, pero referidas a un paisano, resulta que las moscas van a toda leche y además vuelan, porque en la capacidad de jorobar no nos diferenciamos en nada. Pues estaba yo echando esas cuentas (aunque no tengo nada claro que esa sea la fórmula para calcular la velocidad de los dípteros), cuando el vecino trajo a pastar sus vacas al prao de enfrente de casa. Y digo yo, ¿por qué les habrá puesto cencerro a todas, con la vara que da eso? Total, si siempre van en pandilla y están encerradas, con que lo lleva una vale, ¿no? Vamos, por economizar, que está todo muy chungo, y evitar la contaminación acústica ésa.
Y ya que la cosa va de vacas, hay que ver la mirada que tienen, las jodías. Y cómo te la mantienen, tal que si te fueran a contar algo que les preocupara, que debe de ser bastante. Hay un libro de Bernardo Atxaga que habla de eso, Memorias de una vaca, creo que se llama, y se entiende bien porque no está escrito en vacuno, ni siquiera en euskera, que sería aún peor, sino en la lengua de Cervantes, que se parece bastante a la nuestra. Pues eso, que es como si tuvieran un mundo interior, y además profundo, porque el ser vegetariano te despeja mucho el cerebro y se ven las cosas más claras.
Luego está Federico, aunque ese es otra cosa. No es que tenga nada especial, pero a mi me cae bien, y por eso hasta le he puesto nombre, porque una veces me recuerda a García Lorca, en lo poético, y otras a Jiménez Losantos, en lo otro. Como buen pollino, nunca sabes si va o viene, y en cuanto a la mirada no es como lo de las vacas ni por asomo. Unas veces la tiene turbia y taciturna y otras clara y trasparente, dependiendo de si los restos de pan que le echo están llevaderos o duros como un pedrolo. Pero tiene su aquel. Cuando me siente pega unos rebuznos que tiembla el monario, y a mí eso me llega, ya veis, lo cual no deja de preocuparme. Y si mueve el focico y me enseña esos dientes que da pena verlos, me entra una ternura que yo qué sé. Federico será un borrico, pero es la sal de la tierra.
En fin, que esto es lo que se le ocurre a uno cuando la página en blanco se le antoja una guaja de primera comunión. Será la ola de calor africano, pero como siga así me van a echar del periódico. Y de cobrar, ni os cuento.