Publicado el: 20 Ago 2019

Reciprocidad

Por María José ÁLVAREZ BRAÑA

Debatiendo sobre bondad y maldad, uno de mis grandes amigos solía acusarme de tener una visión excesivamente optimista del ser humano. Y mantenía que la verdadera naturaleza de las personas sólo se desvela observando su comportamiento en situaciones extremas, ya sean propias o ajenas. Cuando atravieses un mal momento, decía, fíjate y verás cuantas sorpresas recibes antes las reacciones de la gente. Notarás como muchos de aquellos que exigen la atención y ayuda de los demás cuando ellos sufren, se hacen los locos ante las penas de otros. Y reconozco que mi amigo tenía algo de razón porque no hace mucho, ante una situación personal adversa, comprobé atónita cómo algunos de los que se suponía habrían de darme los mayores apoyos y palabras de aliento, no estuvieron. Ni una llamada a la puerta o al teléfono. Nada. Exactamente aquellos mismos por los que me preocupé sinceramente, visité y acompañé en sus momentos difíciles. Los que casi exigían que el mundo se parase ante sus problemas. Reflexionando llegué a la conclusión de que el desengaño no era imputable a ellos. En realidad la culpa fue mía porque, sin haberlo comprobado, sin conocerles a fondo, les atribuí virtudes y sensibilidades que no poseían. Y, ¡tonta de mí!, no supe ver sus carencias. No obstante, superada la decepción, la cosa no tiene más importancia y es de agradecer que cada cual se retrate como realmente es. Más que nada para no volver a hacer el pardillo, y en el futuro aplicar con ellos las leyes de la reciprocidad, dando lo mismo que recibes. Porque, como bien dice el refrán: “Arrieritos somos…” Pero resulta que mi amigo sólo tenía una parte de razón en su visión pesimista de la humanidad. Y es que, superando enormemente en número y calidad humana a los egoístas y desconsiderados, resulta que en los malos tiempos aparecen personas tremendamente leales y cariñosas dispuestas a dedicarte su tiempo y una palabra de consuelo. Amigos o hasta incluso sólo conocidos que te llaman, escriben, lloran contigo, te sacan a tomar un café o se hacen muchos kilómetros para darte un abrazo. Así que yo gano el debate porque predomina la gente buena y generosa a la que valorar y agradecer. Con todos esos me quedo, obviando a quienes no merecen ser tenidos en cuenta.

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