Vivir sin cucho
Por Esther MARTÍNEZ
Hay gente a la que le resulta molesto el olor a estiércol. Su casita de campo limita con las praderas de hierba, donde pasta el ganado feliz para que su carne pueda ser certificada, como saludable y bio, pero en cambio les encanta la vida salvaje; la que se ve desde el porche bajo las estrellas, con prismáticos de visión nocturna. Contemplar los ojos luminosos de un jabalí a lo lejos, recién destruida la plantación de maíz, las carreras de un zorro que está dando buena cuenta del gallinero del vecino… ¡Qué bien hicieron ayer en comprar los huevos antes del festín! A 1,50 euros la docena, “que a ver si se cree esta aldeana, que sin ticket y en B se pueden vender a más. Y piensan, que ojalá el zorro haya acabado con el gallo que cada día les despertaba a las 4.45 a.m. Cuando parece que no falta nada, el lobo aúlla a lo lejos ¡Qué bien que ya le habían comprado al paisano, a precio de saldo, el cordero para Navidad antes de que se librase la cruenta batalla!
Tras una noche en comunión con el entorno, los cencerros de las vacas comienzan a sonar de madrugada. La Asturiana de los Valles doble grupa; la Macarena. La “vaca marrón”, según ellos, no para de mover la campana, y de mugir compulsivamente.
Como era imposible dormir, y asustados por la bocina del panadero, encendieron la parrilla para el asado; dos kilos de costilla, tres de chuletón y unos chorizos tiernos; la mitad de la hija de la Macarena. A pocos metros, el tractor del ganadero colindante abona con estiércol seco. Indignados, le amenazan con llamar a todas las fuerzas de orden público, ya que el lugar en el que se halla la casita y el pasto, es un “núcleo urbano”, según el planeamiento “urbanístico” del pueblo, que cuenta con 137 habitantes humanos, 245 vacas, 54 ovejas, 125 gallinas y 12 cabras, y el uso del estiércol, conocido en esta zona como “cucho”, está prohibido.
El campesino recordó el dicho de su abuelo: “Dios y el cucho pueden mucho pero más el cucho”. Y entendió que sin el cucho, ni Dios podía hacer nada; ganaba el hombre que se estaba comiendo a la hija de la Macarena.
Lo demás llegó después; el fuego, la nieve, las inundaciones, la explosión del meteorito y el desastre. Todo quedo destruido, incluso la casita y las praderas. Algunos habitantes sobrevivieron desconcertados.
El campesino, le preguntó al de la parrilla; ¿Ves aquella esfera que se mueve suspendida de las nubes?
– Es la tierra. Seguro que está libre de estiércol; le respondió.
– De cucho; se llamaba cucho. La libertad era vivir sin cucho; concluyó el del tractor.
Cualquier parecido con la realidad, puede ser posible.