Publicado el: 26 Oct 2019

Mayorinos

 

María José ÁLVAREZ BRAÑA

Cada septiembre muchas familias viven el ingreso de sus jóvenes en la universidad. Padres felices y chavales ilusionados, pelín pardillos y algo desubicados ante el cambio. Normal. La mayoría de novatos se aclimatarán paulatinamente al nuevo escenario, pero otros, y es muy llamativo, experimentarán una estrambótica transformación: de polluelos inseguros en septiembre a creerse, en diciembre, que dominadores de la situación se las saben todas, y quienes les precedimos en esas aulas somos casi bobos.
Reconozcamos que acceder a la facultad nos provocó a todos cierto “subidón”. Pero es que algunos…mutan. De repente son listísimos y experimentados, poniéndose el mundo por montera. Solos en la gran urbe, junto a compañeros con idénticas ansias de novedades, pillan un empacho mental indigerible: apoyan indiscriminadamente toda reivindicación; descubren la opresión del sistema; repiten soflamas políticas que suponen novedosas aunque se coreaban treinta años atrás; acuden a cualquier asamblea que defienda el hábitat del gamusino albino, y saltan de fiesta en fiesta como si bares y discotecas fueran a extinguirse. Tal vorágine explica que falte tiempo para abrir libros (casi ni hemos empezado, explican). Paradójicamente nuestros pipiolines son incapaces de hacerse la comida, limpiar el apartamento, lavarse la ropa o sufragarse algún gasto. Para eso están los mami-tuperware, la c/c paterna, la visita de alguna madre cándida provista de fregona y guantes siempre que el polluelo tenga tiempo a recibirla, y el saco de ropa sucia que llevar a casa el finde salvo que no puedan ir porque tienen fiesta (perdón, examen). En Navidad volverán al hogar narrando fascinantes vivencias, soltarán vocablos incomprensibles relacionados con su carrera y algún discurso progresista con tonito condescendiente dejando pasmada a la familia (¡hay que ver lo que sabe ya este chico!, babea algún padre).
Y todo es comprensible pues todos fuimos adolescentes, y la mayoría acaba poniéndose las pilas rápido. Pero lo más sorprendente, aun entendiendo que cieguen por amor, es que también algunos padres mutan de sensatos a inconscientes, incapaces de frenar a los críos haciéndoles ver que deben madurar un poquitín. Así que alucino cuando, repitiendo las cuatro bobadas aprendidas de sus cachorros, alguno suelta: “Este chaval es un fenómeno”. ¡Por favor, un adarme de sensatez, que una cosa es hacérselo y otra ser tonto! Claro que…ya llegarán las notas y a la fuerza los niñinos se harán mayorinos.

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