‘Influencers’ en Asturias
Por Manolo JIMÉNEZ
Una vez tuve una relación con una persona adelantada a su tiempo. Fue hace años, en mitad de una época sin redes sociales pero con gran vida social. Mi compañera hacía las veces de ‘influencer’, todo el día de acá para allá, urbanita ella, pero sin salir de la provincia; yo por entonces era más pobre que las ratas, así que compensábamos el afán de actividad social gastando lo poco que teníamos de sidrería en restaurante. No existía problema en no poder viajar y aunque mi salud se resintió, habida cuenta de que acabé bien entrado en carnes por el exceso de manduque, éramos felices sin viajar a Ibiza ni fotografiarnos junto a la Estatua de la Libertad… y como además no había redes sociales, nuestras únicas motivaciones eran intrínsecas, propias y verdaderas. El problema comenzó a surgir cuando las compañeras de María (así la llamaremos en adelante para no ofender a nadie…) comenzaron a compartir sus aventuras y planes a la hora del café, porque aunque parezca mentira antes las experiencias no se publicaban en Feisbuk o Instagramos, se conversaban en torno a una mesa. El día que fulanita o menganita aterrizaba en Asturias después de un viaje sabía que en 24 horas tendría follón con la parienta. Ya me preparaba su madre desde aquel tercer piso de la calle Fuertes Acevedo, mediante un gesto que me recordaba al de la mía, también desde el balcón, mientras preocupada por mi tardanza esperaba ansiosa mi llegada. “¿Que tal, cariño?”, le preguntaba ansioso por ver su reacción. Su respuesta después del portazo era un simple y letal “… ¡arranca!..”. Al final la discusión siempre giraba en torno a la diferencia entre sus amigas y nosotros, la pareja, que según recalcaba machaconamente no teníamos ni proyecto, presente ni futuro. Menos mal que con el primer culete y el chorizo criollo la sangre no llegaba al río. El problema en todo caso es que María pretendía viajar, salir todos los fines de semana (de jueves a domingo), ahorrar para una casa con piscina, pagar al servicio para que atendiese las necesidades de la misma y tener una buena prole. ¿Qué quieren que les diga? A mí seguían sin salirme los números… Han pasado los años y de vez en cuando buceo en los perfiles de las reinas de los portales de internet. Uno de ellos, el de una asturiana, Paula Echevarría, ha sido noticia por sus fotos en Asturias tras el confinamiento (hasta Soto del Barco también se acercó este mes de julio Amelia Bono) y recientemente por inmortalizadas en Marbella. Ella como otras muchas, abusan de contarnos lo felices que son y la suerte que tienen de existir rodeados de opulencia y oportunidades. Tanto va el cántaro que alguna seguidora se ha preguntado por sus obligaciones laborales, una pregunta inteligente por otro lado…. Antes resultaba simplemente pueril esa necesidad de contarlo todo. Ahora se convierte en frívolo… Sinceramente en estos tiempos de dificultades deberían cortarse un poquito; viven en una burbuja. Como muestra un botón: la modelo asturiana Lucía Rivero publicó en sus cuentas, tras perderse en Barajas una de sus maletas Louis Vouitton, que “era lo peor que le podía pasar en este año”. Y se quedó tan ancha. Si con la que está cayendo el problema de estas millenials es perder una maleta en un aeropuerto, conseguir el perfil bueno para la foto en el mirador de San Juan de La Arena o conjuntar el vestido con la mascarilla no me extraña que holandeses, austriacos y suecos estén hartos de todos nosotros.