Injusticia histórica
Por Fernando ROMERO
Quien niegue que los pueblos de ambas orillas de la desembocadura del Nalón no tienen relación con la minería asturiana o es un ignorante o tiene algún interés espúreo en borrar a un territorio de los derechos adquiridos por haber sufrido durante años las consecuencias negativas de este pasado industrial. San Esteban de Pravia desempeñó un papel esencial en la industrialización asturiana, y en concreto en la explotación de la minería. “Nos quedamos sin fondos mineros, pero aún sufrimos las consecuencias de la minería”, decía no hace mucho el exconcejal en Muros Yonatan Martín. Es una gran verdad que, a día de hoy, no ha servido para que los dineros europeos, españoles y asturianos destinados a compensar la depresión sufrida tras el colapso de la industrialización llegaran hasta este estuario. Ser el final del principal río asturiano tiene su importancia y una especial belleza, pero también supone ser el depósito de los detritos de cientos de pueblos y ciudades que vertieron durante los últimos 150 años sus residuos. Nada llegó de los fondos mineros más que la escoria y, todavía hoy, cuesta arrancar migajas para invertir en una comarca que sufre como ninguna los efectos brutales del despoblamiento, el envejecimiento y la crisis económica. Mientras muchas zonas carboneras vivieron casi en el reino de la opulencia de los fondos mineros y sus dirigentes políticos filtrearon con la corrupción propia que apareja el vil dinero, especialmente cuando llega a raudales y sin control, este estuario quedó fuera del reparto lo que, sin duda (no sabemos los efectos que hubieran tenido en nuestros políticos locales) hubiera ayudado a que la desembocadura del Nalón dispusiera de infraestructuras apropiadas que generaran riqueza y tejido económico. La clase política asturiana apuesta por la gran metrópoli urbana, se olvida de los pueblos y valles, de los que viven más allá del centro, de que la vinculación al territorio crea economía, sociedad, riqueza y vida. Cuando se den cuenta será tarde y gobernarán un desierto lleno de museos cerrados, cementerios y turistas observadores de fauna autóctona.