¿La nueva qué?
Por Juan Carlos AVILÉS
[Nos tocó la china]
Estábamos tan a gustito… Los jabalíes, pancholones, paseando por Uría. Los pájaros y las lagartijas multiplicándose como conejos y sin un ápice de estrés. Las calles desiertas. Los chigres, esos lugares de vicio y perdición, cerrados a cal y canto. Las casas repletas de papel higiénico, legumbres y lejía como si no hubiera un mañana, con lo que nunca estuvimos más abastecidos, mejor alimentados ni con los suelos y el culo tan relucientes. ¿Y nosotros? Eso era lo mejor de todo. Recogidinos, tan ricamente, en el dulce hogar, estrechando lazos familiares (mejor si el piso era de treinta metros, que el roce hace el cariño) y teletrabajando en pijama y pantuflas, como unos señores. Nunca tuvimos a los guajes tan atendidos, ni ellos fueron más felices aferrados a la Nintendo doce horas al día, los pobrinos. Ni a las mascotas tan entrenadas. Ni a las parejas tan sorprendidas y enamoradas, como en una segunda luna de miel, que si ‘churri’ va, que si ‘churri’ viene. Ni a las cerveceras tan contentas. Y a las ocho en punto, todos al balcón, a resucitar al Dúo Dinámico, aplaudir como posesos y oficiar la ceremonia de la solidaridad y el buenrollismo universales con las ropas del domingo y las caras resplandecientes de fe, esperanza y caridad. ¿Se puede pedir más? ¿Pudimos tener más a huevo la felicidad suprema, el aura de la santidad y la oportunidad de redimirnos de la soberana cretinez de la que hacíamos gala cuando éramos normales?