Obras no son amores
Por Juan Carlos AVILES
[Total, pa ná]
-Paleta, quita de ahí que tengo que poner el tubo del desagüe.
-¿No puedes pasar por otro lado? Que se me seca la pasta…
-Si no calzaras ese cacho culo pasaría… Y a ver si te subes los calzones, que andas con medio fuera.
-A todos los currantes se nos ve la hucha, ho!
Entra el electricista y le cae otra al Paleta.
-¡Joer, Canijo, que te has olvidao el tubo pa’l cable del interruptor de la entrada!
-¡Carajo, Chispas! ¡Si es que el pintor me ha borrao donde pintaste la roza!
Luego entran el carpintero, el del pladur, el cristalero, el de la loza con un retrete al hombro y un jubilata que pasaba por allí al grito de “¿Qué, estamos de obra?” A las doce y media de la mañana el recibidor de mi casa, de apenas cinco metros cuadrados, parecía el camarote de los hermanos Marx. “¡Más madera, es la guerra!”. Efectivamente, era la guerra. Una guerra sin cuartel, a martillo y espátula batientes, donde todos son el enemigo y ninguno está dispuesto a capitular.
Empiezan a llegar a las ocho de la mañana, sin ningún miramiento, cuando te estás calentando el café, como Dios te da a entender, en el pequeño reducto-tenderete donde te has hecho fuerte rodeado de plásticos para que no te salpique la sangre de la refriega, ni, por supuesto, el yeso demoledor. Cualquier cosa es mejor que una obra interminable y con todos los elementos en contra: la puerta que no ajusta, el inodoro que no traga, la pared que se agrieta y la madre que les parió. A ese desaguisado hay que añadirle el dichoso e inevitable “ya que”. “Pues ya que estáis, podías azulejarme ese trozo de la cocina, que está fatal”. “Ya que te pones, ¿por qué no me conmutas esa llave con la de la entrada, y así no me parto la crisma?”. Y suma y sigue. Con cada ya que, al jefe de obra, ahora llamados constructores, se le hacen los ojos chiribitas mientras va añadiendo ceros al presupuesto inicial. “No, si yo por mí. Lo único que se la va a pasar un poco”. Es como cuando el médico te dice que dejes de chumar y tú que total, por un vinín… Cuando te quieres dar cuenta tienes el hígado para fuagrás, como yo el plan de pensiones al final de esta pesadilla; o sea, nunca.
Moraleja: a no ser que se caiga el techo encima, no se os ocurra meteros en obras. Y total, por un bañín diminuto junto al dormitorio para los desahogos nocturnos de próstata, habiendo orinales de toda la vida. O mejor, a mexar al prao o a la cuadra, como nuestros abuelos, que es mucho más ecológico y las pitas entretienen que da gusto. Si no picotean, claro.