No entiendo nada
Por Juan Carlos AVILÉS
A medida que me voy haciendo viejo entiendo menos cosas. No sé si es el mismo proceso regresivo que lleva a los carcamales a recordar mejor lo que les ocurrió hace cincuenta años que lo que desayunaron ayer, o que a medida que vas acumulando experiencias y escepticismos el carajal se va también haciendo mayor. El caso es que no entiendo nada. No entiendo por qué hay un subnormal profundo rigiendo los destinos de media humanidad y que encima se le rían las gracias; no entiendo por qué nos empeñamos en votar a quienes tenemos en contra; no entiendo por qué los varones, con su prepotencia ignorante e injustificable, asesinan a sus mujeres por el hecho de serlo; no entiendo por qué los curas, con su infinita inviolabilidad, violan a las criaturas; no entiendo por qué los vecinos de Cerdeño, en Oviedo, ponen el grito en el cielo con carteles de “aquí, no” porque vayan a instalar cerca un centro de atención para drogodependientes, ni que queramos evitar a los inmigrantes mientras se ocupan de hacer lo que a las gentes de bien nos horroriza. No entiendo, no, las falsas y dobles morales ni sus argumentos revestidos de salvaguardas del equilibrio, el orden y el bienestar sociales. Y tampoco lo de las “gentes de bien” cuando todos somos cómplices, en mayor o menor grado, de aquello que rechazamos.
Pues sí; a pesar de mis ímprobos esfuerzos por tratar de racionalizar lo irracional, de buscarle explicación a lo aparentemente inexplicable removiendo en esa infinita escala de grises que separa lo blanco de lo negro, y que siempre pensé que era nuestro territorio vital más coherente, no sólo sigo sin entender absolutamente nada sino que además corro el riesgo de que se confunda esa intención esclarecedora con adhesiones equívocas y algunas veces malintencionadas. Así que la famosa escala de grises se me está empezando a ir al carajo y la cruda realidad me demuestra que no hay matices que valgan y que todo, al final, no es más que blanco o negro. ‘No es no’, y ‘sí es sí’, pero nunca ‘tal vez’, aunque al final los resultados nos demuestren lo contrario. Pero jamás estaremos dispuestos a admitirlo. Y lo peor de todo no es ya que no se entienda nada, sino que a lo mejor no hay nada que entender. Desde que el mundo es mundo, y a pesar de lo rotundamente mal que lo tratamos, la querida y zarandeada bola que nos cobija sigue dando vueltas y sujetándonos los pies con más amor y generosidad del que nosotros le prodigamos. Pero, llegados a este punto, por favor, que alguien lo pare que yo me bajo en la próxima. Así no hay manera.